Cristianos

Se dice que todo en exceso es dañino, y de hecho así es. En más de alguna ocasión hemos leído y escuchado en las noticias, sobre fanáticos en los partidos de fútbol que tienen preferencia por algún equipo en especial y en forma enfermiza, y hasta violenta, han acabado dichos juegos en golpes, en algunos casos con heridos y muertos. 

Hechos como estos  también ocurren en la política y en otros campos.  Aunque parezca sorprendente, también existe fanatismo cristiano, por supuesto que sí, y ocurre cuando el servir y creer en Dios se convierte en algo enfermizo.

Para una mejor comprensión del término “fanatismo” es necesario saber quién es una persona fanática: es aquella que se adhiere a una idea política, religiosa, etc. prescindiendo de que sea verdadera o falsa, y justifica cualquier medio, lícito o ilícito, para imponerla. De manera que quien es fanático tiene como objetivo aniquilar, sin importar los medios, al que considera que está en el error, adoptando una actitud de superioridad que le impide escuchar a quien difiere en su forma de pensar o creer. A partir de esta descripción se puede percibir que una característica del fanático no es precisamente el amor a la verdad (para lo cual se necesita no ser fanático), sino la carencia de la virtud moral de la tolerancia, pues éste considera que ser tolerante es hacer traición a la verdad, sin darse cuenta que la tolerancia no supone aceptar por verdadero lo falso.

El libro del Éxodo nos dice que servir a Dios es mandato divino: “seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso en honor de Yahvé,  tu Dios” (Ex 20,9-10), y Jesús nos dejó el mandato de “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28,19). Qué  sucede entonces con una persona, que aparte del día de reposo prescrito en la cita, dedica más tiempo a asistir a la iglesia, a alabar a Dios con cantos, si realiza vigilias, ayunos y oración; qué sucede si una persona obliga a otras a aceptar la fe cristiana que profesa, si predica a través de altavoces hasta altas horas de la noche en su vecindario, si maltrata y menosprecia a quien profesa otro credo ¿está transgrediendo el precepto bíblico? o por el contrario ¿se está santificando más que quien no lo hace? Ninguno de los dos, pues, el hacer cosas, gestos, si no es proporcional a la disposición interior y si no respeta la dignidad humana es incoherente y falso.  

¿Cómo debe ser entonces nuestra relación con Dios y nuestra predicación? ¿Qué debemos hacer para ganar la Santidad que como cristianos debemos tener?, la primera carta de San Pedro nos ilumina al respecto: “…que vuestra conducta sea santa en todo momento, como santo es el que os ha llamado. Pues así esta escrito: seréis santos, porque santo soy yo” (1Pe 1,15-16) ¿Cómo se logra? siendo obedientes, teniendo una relación personal con el Señor, siendo conscientes que nuestro testimonio, nuestra forma de vivir como cristianos es quien habla de Jesús en quien creemos. Las exageraciones no son saludables.

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